María Eugenia Villamizar García Herreros
Colombia continúa ostentando, a través de los años, el vergonzoso título de ser uno de los países más desiguales del mundo. En la actualidad, ocupa el segundo lugar con la peor distribución del ingreso en América Latina, la región más dispar del globo. Pero ¿qué se oculta detrás de esta alarmante cifra? Otras desigualdades menos visibles y comúnmente ignoradas por gran parte de la sociedad, que sustentan y agudizan la concentración del ingreso. Entre ellas la diferente distribución del tiempo y del trabajo remunerado y no remunerado entre hombres y mujeres.
El trabajo doméstico y de cuidado no remunerado (TDCNR), base de la reproducción social y la sostenibilidad de la vida, denominado por la economía feminista como “economía del cuidado”, es fundamentalmente desempeñado por las mujeres, con enormes consecuencias sobre su calidad y condiciones de vida. No obstante, ha sido ampliamente ignorado y desvalorizado por la sociedad.
La división sexual del trabajo, surgida del ideario capitalista y patriarcal, asignó al varón el rol de “trabajador” y único o principal proveedor de ingresos de la familia, y a la mujer la relegó a los quehaceres dentro de su hogar, pero desconociendo el tiempo y el trabajo involucrado en ello y su contribución a la acumulación de capital. Aunque Ricardo, Marx y otros economistas clásicos reconocieron el aporte de las actividades del hogar a la reproducción de la fuerza de trabajo y al abaratamiento de los salarios, no integraron en su análisis estas dos esferas de producción: la capitalista y la de no mercado, invisibilizando, de esta manera, el inmenso subsidio del trabajo no remunerado de las mujeres a la acumulación capitalista.
Este trabajo, descrito y analizado ampliamente por ciencias sociales como la antropología y la sociología, y reivindicado por los movimientos de mujeres, hasta hace poco tiempo ni siquiera era definido como trabajo dentro de la producción nacional. Solo hasta el desarrollo de la economía feminista, esta ciencia abordó esta problemática promoviendo su medición y valorización y hoy, gracias a las Cuentas Satélites de Economía del Cuidado, se sabe que, en Colombia, el TDCNR equivale al 20 % del PIB, y que si fuera incluido dentro del Sistema de Cuentas Nacionales aportaría más que cualquier otro sector a la riqueza del país.
Sin duda alguna, la desvalorización de este trabajo ha tenido efectos nocivos sobre la vida de las mujeres, limitando, como lo plantea la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), su autonomía económica, política y física. Esto es, restringiendo el desarrollo de sus capacidades y de elegir la vida que se desea y se considera valiosa, en términos de Amartya Sen.
Los datos de la Encuesta de Uso del Tiempo del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) (2016-2017), muestran cómo las mujeres realizan trabajo no remunerado en mayor proporción que los hombres y le dedican más del doble de tiempo diario que ellos. Al contrario, ellas participan en menor proporción y trabajan menos horas en labores remuneradas.
Las diferencias en la tasa global de participación entre hombres y mujeres de 21 puntos porcentuales, y de las tasas de desempleo de 5,5 por ciento, muestran las dificultades de acceso de las mujeres al mercado laboral y cómo, cuando logran acceder, debido a las responsabilidades familiares asignadas socialmente, se ubican mayoritariamente en empleos informales y precarios, que les permiten conciliar la economía del cuidado con la economía del mercado. En el ámbito laboral, además de la discriminación salarial, ellas sufren segregación ocupacional tanto horizontal como vertical, y en muchas ocasiones violencia machista.
La conjunción entre relaciones capitalistas y patriarcales ha limitado el acceso de las mujeres a activos y recursos tanto materiales como simbólicos, generando relaciones de dominación-subordinación, ejercidas por quienes controlan los recursos. Igualmente, la falta de autonomía económica limita su participación política no solo por la pobreza de tiempo que las afecta, sino por el control que muchas veces ejercen los hombres sobre su libertad de movimiento y decisión, lo que además las hace más vulnerables a todo tipo de violencia (física, psicológica, económica) ejercida contra ellas.
Ante esta lamentable situación, la economía feminista y organizaciones feministas y de mujeres han venido impulsando desde hace décadas el reconocimiento, redistribución y reducción del trabajo de cuidado como un requisito sine qua non para la igualdad de las mujeres y su autonomía.
Aunque el ingreso no constituye la única medida de desigualdad, en un régimen neoliberal como el colombiano es un recurso indispensable para el acceso a bienes y servicios fundamentales para una vida digna, deficientemente provistos por el Estado no solo en su calidad, sino en su cantidad.
Para ello, es necesario reconocer el cuidado como un derecho que el Estado debe garantizar, por lo que es indispensable crear un sistema nacional o sistemas territoriales de cuidado, en que el Estado sea el principal proveedor y regulador de estos servicios y que permita redistribuir el cuidado entre los diferentes actores: Estado, familia, comunidad y mercado.
Sin embargo, un elemento fundamental de esta redistribución es la que se debe dar dentro de los hogares entre hombres y mujeres. Si no cambiamos los falsos imaginarios sociales impuestos por el capitalismo y el patriarcado, poco lograremos avanzar en la igualdad.
Hombres, llegó la hora de que, en sus luchas por obtener un mejor ingreso y mejores condiciones de trabajo, por una sociedad democrática e inclusiva incorporen las reivindicaciones de las mujeres para superar la gran desigualdad social que representa la sobrecarga de trabajo, que históricamente han dejado en los hombros de ellas y que ha subsidiado sus salarios. Llegó la hora de asumir sus responsabilidades frente al TDCNR, cuya desigual distribución ha contribuido a la concentración del ingreso y del capital. Llegó la hora de “responder por”, y no “de ayudar a”. Llegó la hora de comprender que el cuidado no es un trabajo ni un deber de las mujeres, sino de todos. Llegó la hora de que todos experimentemos la importancia de cuidar del otro, de reproducir la vida y de mantener nuestro planeta; de compartir esta labor solidariamente como seres sociales que somos.
La pandemia reveló las enormes desigualdades sociales y económicas prevalecientes en nuestra sociedad a causa de un sistema fallido en lo social y económico, que no ha podido resolver las necesidades más básicas de la población, puesto que su objetivo no es el bienestar de todos sino la acumulación de riqueza de unos pocos. La pandemia agravó más esta situación al incrementar la sobrecarga de trabajo de las mujeres, provocar el deterioro de los ya deplorables indicadores sociales, y ahondar aún más las brechas de género preexistentes.
Llegó la hora de que esta tragedia sea la oportunidad para cambiar los roles e imaginarios sociales de hombres y mujeres. La imagen de macho dominante y controlador y de la mujer subordinada y sumisa deben convertirse en fósiles de un pasado que debemos superar. Llegó la hora de que todos experimentemos solidariamente, la importancia de cuidar del otro, de reproducir la vida y de mantener nuestro planeta.
Llegó la hora de que los hacedores de políticas, mayoritariamente hombres, entiendan que estas deben tener enfoque de género “interseccional” y diferencial para superar las múltiples desigualdades de nuestro actual sistema económico.
Llegó hora de crear alternativas de desarrollo donde, como lo ha propuesto la economía feminista, la vida esté en el centro y el bienestar sea el objetivo. Para ello es necesario crear nuevos imaginarios sociales de masculinidad que den cabida a la sensibilidad, al afecto, la cooperación, la solidaridad y la justicia, y romper con las relaciones asimétricas de poder entre hombres y mujeres; donde todas las personas, hombres y mujeres, nos hagamos responsables del cuidado de la vida de las personas y del planeta, con sus disfrutes y sus frustraciones.
Llegó la hora de que el trabajo deje de ser 24/7 para unas y sea 8/7 para todos.